2012-07-11

Resistir y rehacerse

Artículo de 42 páginas de Beatriz Vera Poseck, psicóloga especializada en Psicología positiva:

2011-05-30

Coherencia cardíaca, un sistema para mejorar el control del estrés

De 20 años a esta parte, equipos de cardiólogos y psiquiatras han descubierto que el estrés es un factor de riesgo más importante que el tabaco, para el corazón y las arterias. Una depresión tras un infarto supone la muerte del paciente en 6 meses. Cuando el cerebro emocional se desajusta, el corazón sufre y se agota. También han descubierto que el equilibrio de nuestro corazón influye en nuestro cerebro en cada instante, hasta tal punto que algunos neurólogos y cardiólogos hablan ya de un “sistema corazón-cerebro” indisociable.


Sentimos las emociones en el cuerpo, no en la cabeza. Ya en 1890 William James, padre de la psicología estadounidense, escribió que una emoción era antes que nada un estado corporal, y sólo después una percepción en el cerebro. De hecho, desde hace poco se sabe que el intestino y el corazón cuentan con sus propios circuitos de algunas decenas de miles de neuronas que son como “pequeños cerebros” en el interior del cuerpo. El corazón percibe y siente, y cuando se expresa, afecta todo el organismo humano, empezando por el cerebro.
Al aprender a controlar nuestro corazón, podremos domesticar nuestro cerebro emocional, y viceversa. La relación más fuerte entre el corazón y el cerebro emocional es la que establece lo que se denomina el “sistema nervioso periférico autónomo”, el cual regula el funcionamiento de todos nuestros órganos y que escapa a nuestra voluntad y conciencia. Este sistema a su vez se divide en dos ramales: El “simpático” que libera adrenalina y noradrenalina, acelerando el ritmo cardíaco (el acelerador), y el “parasimpático”, que libera un neurotransmisor diferente y que produce estados de relajación y calma (el freno).
Diversos estudios han establecido que son las emociones negativas como la cólera, la ansiedad, la tristeza, o las preocupaciones banales, las que más hacen caer la frecuencia cardíaca y siembran el caos en nuestra fisiología, produciendo una auténtica pérdida de energía vital. Por el contrario, son las emociones positivas como la alegría, la gratitud y, especialmente, el amor las que más favorecen la coherencia cardíaca. De hecho, la coherencia del ritmo cardíaco supone una economía real de energía para el organismo.

En los experimentos de laboratorio, la coherencia permite al cerebro ser más rápido y preciso. En la vida cotidiana, nos produce un estado en el que nuestras ideas fluyen de manera natural y sin esfuerzo, encontramos sin dudar las palabras adecuadas para expresar lo que queremos decir, y nuestros gestos son rápidos y eficaces. También nos adaptamos más rápidamente a las situaciones nuevas e imprevistas, encontrando las soluciones más adecuadas. Así pues, la coherencia no es un estado de relajación tal como la entendemos, ni exige que uno se aísle del mundo o requiera un entorno tranquilo. Es más bien una toma de contacto con el mundo exterior, pero armonioso en lugar de conflictivo.
También la coherencia del corazón, y el hecho de que sea tan fácil aprender a controlarla, va en contra de la noción de control de estrés tradicional. Un estado de estrés crónico provoca ansiedad y depresión, afectando también nuestro cuerpo (insomnio, arrugas, hipertensión, dolores de espalda y musculares, infecciones recurrentes, problemas de la piel y digestivos, esterilidad e impotencia sexual…) y nuestras relaciones afectivas, sociales y rendimiento profesional (irritabilidad, pérdida de capacidad de escuchar, descenso de la concentración, repliegue sobre uno mismo y pérdida del espíritu de equipo). En una situación así, lo que se suele hacer es concentrarse en las condiciones externas, soñando siempre con el “después de” o “cuando” o “si…”: “Todo se arreglará cuando…acabe los estudios / cambie de trabajo / los niños se independicen / abandone a mi marido / me mude a otra ciudad / me jubile, etc.” Sin embargo, hay que actuar al revés. En lugar de esperar a obtener siempre circunstancias externas ideales, debemos empezar por controlar el interior: nuestra fisiología. Al acabar con el caos fisiológico y maximizar la coherencia, todo mejorará de repente: nuestra concentración, nuestras relaciones con los demás, nuestros resultados, e incluso las circunstancias que nos rodean como un efecto colateral, beneficio secundario de la coherencia. Al domesticar nuestro ser interior, lo que nos llega del mundo exterior nos afecta menos.


En suma, la coherencia produce calma interior, pero no es un método de relajación, sino de acción. Se puede entrar en coherencia tanto si el corazón late a 120 pulsaciones por minuto como a 55. El objetivo esencial es mantenerse en coherencia en la excitación de la carrera o la lucha, durante el placer de la victoria e incluso ante el dolor y la derrota. Es decir, se practica en todas las situaciones de la vida cotidiana.
También da como resultado el control de la ansiedad, la depresión y el estrés; descenso de la tensión arterial; estimulación del sistema inmunitario: aumento de inmunoglobulinas A, p. ej., que se renuevan constantemente en la superficie de las mucosas de la nariz, garganta, bron
quios, intestino y vagina, donde las infecciones son un peligro constante (experimento en laboratorio: voluntarios recordaron escena que les encolerizó; la tasa de secreción de IgA cayó durante 6 horas; un recuerdo positivo aumentaba esa tasa); aumento de las tasas de DHEA (hormonas de la juventud) y, en suma, una beneficiosa influencia sobre el cerebro límbico (emocional), el cual rige las emociones y la fisiología del cuerpo.

Esta coherencia corazón-cerebro emocional estabiliza el sistema nervioso autónomo, el equilibrio simpático-parasimpático. Una vez alcanzado este equilibrio, nos hallamos en situación óptima para hacer frente a todas las eventualidades. Podemos acceder simultáneamente a la sabiduría del cerebro emocional –su intuición- y a las funciones de reflexión, de razonamiento abstracto y de planificación del cerebro cognitivo. De hecho, ante una situación desagradable, sea real o mental, después de realizar el anterior ejercicio (tras un ataque de ansiedad o pánico, por ejemplo) se puede proceder a la confrontación de nuestros pensamientos con la realidad de la situación, comparando ambas fríamente, para finalmente cambiar esos pensamientos repetitivos irracionales por otros más realistas.

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de entrenamiento contacta: www.molinasports.es
(Fuente: Curación emocional, por el psiquiatra David Servan-Schreiber; ed. Kairós)

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